Y todo por un Par de Zapatos

16.04.2008 21:08

 

“Me va a tocar rifar 3 pollos pa’ comprarme unos zapatos…”  En uno de los tantos pueblos del suroeste antioqueño, Ciudad Bolívar, un pequeño niño de 9 años que llevaba una camisa sin mangas, un bluejean gastado por la vejez y roto por el uso, de mirada bizca y sin zapatos, caminaba a las 5:17  de la tarde buscando quien le regalará una hoja de papel para comenzar a escribir los números con los que rifaría los 3 pollos de 9 libras cada uno

Era el 13 de noviembre y en plena fiesta del Arriero. Mientras el grupo musical “la Bocana” cantaba sobre la tarima, los habitantes y los turistas bailaban al compás de la música, los caballos galopaban  por las angostas calles y las vestimentas típicas de sombrero y poncho resaltaban en el parque principal, Andrés Vélez transitaba desesperado buscando quien le regalara una hoja blanca y así aprovechar la gente y vender todas las boletas, ya que cuando el pueblo esta en su normalidad no se ve nadie.

Los pollos estaban gordos por que les daban diariamente sobrados y cuido, mientras que los hermanos y padres de Andrés muchas veces les tocaba aguantar hambre. La nostalgia era tan profunda que el niño se preguntaba  ¿por qué rifar los pollos por un par de zapatos, pudiendo matarlos en casa, hacer un sancocho y calmar las ansias de comida?

Una señora de unos 34 años de edad que estaba parada en la puerta de su casa le regaló una hoja que despegó del block de su hijo y un lapicero de tinta negra que agarró de la mesa del teléfono. El niño se sentó en la acera, apoyó la hoja sobre su pierna y escribió:

“…se rifan 3 pollos que fuegan el sabado 20 de novienbre. Valor de la boleta 1.000 pesos…” 

continuó escribiendo 15 números hacia abajo mientras miraba el cielo con su mirada bizca, con sus ojos desviados y con su pupila dilatada por la tristeza que sentía al pensar en rifar aquellos 3 pollos, que además de ser un obsequio que le hizo su padre, era lo único que poseía. A diferencia de los niños costeños, él sí necesitaba un par de zapatos para jugar fútbol, para ir a misa con su madre y para recorrer la finca en la que su padre y sus hermanos mayores trabajaban cogiendo café.

La señora al ver aquel niño  anhelando unos zapatos corrió adentro de su casa, abrió su closet y sacó un par de botas BRAHMA café oscuro de su hijo mayor al que ya no le servían  y se las regaló. Andrés se las midió  y aunque le quedaron un tanto grandes, las empacó en una bolsa negra y un “mi Dios le pague” bastó para que aquel niño no tuviera que rifar aquellos 3 pollos que tanto quería y que pudiera vestirse para bajar en la noche al parque y disfrutar de la fiesta…

Catalina Zapata

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