"Si lo viejo no se va, lo nuevo no llega"

22.04.2010 23:13

“Viajar en bicicleta transformó mi vida. Viajando de este modo descubrí la manera más sublime y profunda de conocer el mundo y en gran parte, de conocerme a mí mismo. Alcancé nuevas dimensiones de relación con la gente y la cultura que visité, viviendo situaciones que hasta hoy, me cuesta creer que fueron realidad. La bicicleta me hizo y me hace sentir emociones de una intensidad inconmensurable y enriquece mi alma, mi mente y mi espíritu como nada lo ha logrado antes”.

Julio Cesar Londoño estudiaba química en la Universidad de Antioquia, trabajaba los fines de semana en el Éxito de San Antonio, viajaba todas las vacaciones en su moto Kawasaki roja a Santa Marta, entrenaba Rugby Subacuático, montaba tabla cuando estaba aburrido y se transportaba diariamente desde San Javier hasta Itagüí en su Todoterreno gris. Todo esto sucedió hasta el día en el que se le ocurrió el poder llegar hasta Salvador Bahía y conocer la cuna del Capoeira, en Brasil. 

“Parce ¿sabe qué? Me vine a despedir, porque me voy a conocer al  Brasil en bicicleta”. Risas fue lo único que se deprendía de las personas cuando Julio les decía esto, ya que él era el único que sabía la trascendencia de su huida, el tiempo que se demoraría en volver a casa y los anhelos que tenía para dejarlo todo por un sueño: Conocer Suramérica.

Después de una larga, ardua y minuciosa consulta en páginas de Internet buscando rutas, mapas, bicicletas, equipos, preparación de comidas, aventureros locos, carpas y todo lo que necesitaba tener en cuenta antes de emprender el viaje, fue como Julio encontró la siguiente frase: ¿Volta ao Mundo, Pedalando? Y donde encontró el camino más fácil y el recorrido más inteligente que le ayudaría a reducir, a él y a sus compañeros, el flujo de smok por las vías respiratorias y las arterias y aumentaría el consumo de CO2 y de metales pesados en la sangre.

Así fue como hizo la consignación pertinente de dinero en su cuenta de ahorros, cuadró el equilibrio del equipaje en su bicicleta, empacó los pasaportes, los papeles y su Frisbee Freestyle y después de una hora de despedirse de su familia, fue como partieron hacia Ecuador Julio Cesar, su hermano Fabio, su mejor amigo “pecas”, quien se vino desde Canadá sólo para acompañarlos en esta aventura, y Daniel, Pablo, Julián y Mateo.

“Desde que decidí viajar en bicicleta, mi visión de ver el mundo dio un giro de 180 grados. Lo que se siente al viajar de esta manera es algo que no tiene precio. Las emociones, las sensaciones, las experiencias se viven a flor de piel y son mucho más intensas. Es otra manera de sentir la experiencia de viajar”.

Al llegar a la frontera entre Colombia y Ecuador, nos encontrarnos con guardias de seguridad que miraban minuciosamente nuestros pasaportes. Uno lo único que siente es miedo al pensar que no te dejarán pasar y te toque devolverte al lugar de donde saliste; sin embargo, todo estaba en orden y fue como pisamos la carretera de un nuevo país. Pedaleando, sudando y observando cada árbol, cada vaca y cada cambio del día, fue como llegamos, el 26 de enero al pueblo de Atacames en el pacífico, donde un hospedaje vale 250 dólares. Después pasamos por Salinas, un trayecto más fácil que los otros, aunque con unas cuestas un poco agotadoras. Ese mismo día continuamos con nuestra rutina y  a las 6:00 de la tarde llegamos a Lita, un pequeño pueblo que queda a 600 metros sobre el nivel del mar, que cuenta con un clima húmedo, rodeado de mucha selva, donde convergen tres provincias diferentes: el Carchi, Ibambura, y Esmeraldas y donde Marcos, uno de sus habitantes, nos hospedó en la Casa Parroquial del pueblo.

Después de salir en la madrugada, bajamos al valle del Chota, un valle estrecho, cálido, habitado por personas afro que trabajan en los ingenios cercanos a la zona y un lugar lleno de arboles frutales, ciruelas, higos y pepinos de agua los cuales, fueron nuestro alimento en esa parte del recorrido. Allí nos hospedamos en “la Liga Deportiva” del pueblo, una construcción bastante deteriorada, donde las ratas se comían nuestros panes, las chapolas volaban y el comején del techo caía como polvo, sin embargo,  el lugar tenía todo lo necesario para pasar una buena noche, ésa misma que disfrutamos con el concierto que nos obsequió el grupo folclórico "Percusión Latina", un mini grupo de niños que tocan un ritmo conocido como la bomba.

A lo largo de estas reconfortantes rutas que no teníamos trazadas en nuestro mapa, pero que atravesamos, pude entender que en otros países se ve lo que en mi país no se alcanza a distinguir, ya que me podía detener en cada pueblito y experimentar la calidez de la gente, que ávida de una inmensa curiosidad, me rodeaban y hacían hasta lo imposible por saber algo de mi a través de señas y palabras. Fue así como a lo largo de mi ruta me encontré con lugares en los que viajaba sin pagar absolutamente nada, ya que la gente no quería cobrarme, sólo sonreían entregándome las cosas, especialmente agua y a veces comida.

Pero… ¿Qué puedo decir de los memorables momentos que viví esos días en los que he sido "victima" de la mayor de las hospitalidades? Había leído que la solidaridad de la gente del Ecuador era muy buena, pero vivirlo fue algo sorprendente y es aquí quizás, donde viajar en bici se convierte en una de las  mayores recompensas. Cuando uno va por las rutas, solitario, en el arduo, continuo e incesante pedalear, es capaz de apreciar infinitamente todo el paisaje circundante por que todo se aprecia con la misma lentitud con la que se avanza.

Y siguiendo con el incesante recorrido y desde Tulcán vía a Ibarra, llegamos hasta San Gabriel, un pueblo grande y serrano en el cual, se cultiva la papa y diferentes clases de hortalizas. Además, es un lugar que cuenta con unos 3.600 habitantes y una altura de 2.700 metros sobre el nivel del mar. Al llegar allí nos hospedamos en una construcción adyacente a la clínica naturista del doctor Moreno, quien es hoy, el presidente de la Federación Ecuatoriana de Medicina Natural, Tradicional y Alternativa, con sede en Quito. Éste señor, fuera de brindarnos una cálida bienvenida y una grato hospedaje, también nos dio comida y nos mantuvo calientes a punta de aromáticas de cidrón y hojas de naranja.

De todo lo hermoso que ves y conoces, también hay cosas que no quisieras escribir ni mencionar jamás, como ese encuentro que viví en Ecuador mientras caminaba por las calles y escuchaba que más de 30 representantes de diferentes países fueron citados para unificar esfuerzos en pro de la abolición de las bases gringas en suelos extranjeros. Haití, Korea, Japón, Vieque, Guantanamo, Ecuador, Australia, Hawai, La Unión Europea y Colombia eran algunos de los países que luchaban contra la campaña colonizadora de Estados Unidos, quien escudándose en su lucha contra el terrorismo, tiene un único propósito: “Apoderarse del mundo”.

Es impactante darse cuenta, a través de la distancia, el papel que cumple Colombia en esa estrategia global, ya que es el único país del mundo que fumiga con glifosato y de forma aérea. Un país fracasado que lo único que ha hecho es aumentar los costos de la cocaína en el mercado mundial bajo el pretexto de la lucha antidrogas y el único en el que la estupidez de nuestros gobernantes, la falta de carácter y de soberanía, es lo que hace egoístas a los hombres y mujeres que habitan en él, aunque existan lugares hermosos, mágicos y excitantes.

Pasaron los días y el dinero se comenzaba a acabar, es por ello que cada uno trabaja a su manera: Fabio y Pecas en los semáforos haciendo malabares, yo fabricando y vendiendo manillas tejidas en los parques y los otros, trabajando en una pizzería tratando de conseguir dólares, ya que allí se triplican. Hasta que llego justo, el punto donde uno se topa con la vida de frente, y donde las expectativas, los deseos y las oportunidades de cada uno comienzan a ser diferentes. Es por ello que nos dividimos en grupos confiando todos en el futuro, en el reencuentro y en no arrepentirnos del pasado porque todo es un eterno presente lleno de sorpresas.

Así pues que a Ecuador lo dejamos atrás. Es un país hermoso, de gente buena, y lleno de mamacitas ¿Quién lo creyera? Definitivamente esto por aquí es pura vida, puro ultímate. Sin embargo, hay que avanzar hacia la próxima parada: El Perú.

Huanchaco y Huaraz son dos pueblos que quedan a 15 minutos de la ciudad colonial de Trujillo. En el norte del Perú, está Huanchaco, una playa de grandes olas, mar turbio, rodeada de desierto, con un clima que para esta época es frio y seco, con ráfagas de viento helado y una temperatura de agua de mas o menos 8 grados centígrados, y un lugar muy visitado por los amantes de la tabla, ya que muy cerca, se encuentra la playa de Puerto Malabrigo, la cual tiene la ola izquierda mas larga del mundo.

Siguiendo con el recorrido, entre Huanchaco y Trujillo se encuentra la ciudad prehispánica de Chan Chan, una inmensa ciudad con muros de más de cinco metros de altura que cubren una extensión de más o menos 20 km cuadrados. Por todos lados se hallan vestigios de una gran urbe que fue construida por la cultura Chimú en los primeros siglos V-XV de nuestra era, y posteriormente conquistada por el gran imperio Inca, poco tiempo después de la llegada de los españoles.

Ubicada a 3.052 metros sobre el nivel del mar y en el departamento de Ancash, Chan Chan hace parte de un corredor de nevados llamado “La Cordillera Blanca” que gracias a su cantidad y variedad de nevados y lugares de alta montaña, es hoy uno de los más visitado por escaladores de todo el mundo. Allí pasamos cinco días y cuatro noches acampando al pie de los gigantes abuelos nevados, con mucho invierno, mucho frío, largas jornadas de caminata, ampollas en los pies, mal de altura, dolor de cabeza, náuseas y vomito, el cual fue tratado con “mate de coca, divina cura”.

Había momentos en los que el frío hacía que mi mente se quedara en blanco, pero después de un tiempo, en ese mismo estado, fue como comprendí que es en la mente donde está el más poderoso de los mecanismos que me hizo seguir adelante, porque es en ella donde aparecen nuestras limitaciones y no en nuestro cuerpo. El cuerpo humano es la más perfecta e inteligente máquina, tiene esa imbatible capacidad de adaptarse a cualquier situación y asegurar su supervivencia. Con el tiempo el cuerpo se va construyendo y haciendo increíblemente fuerte y resistente pero cuando uno lucha para revertir la adversidad, es en la mente donde aparecen todas las limitaciones. No hubo prácticamente un día en que no me encuentre en algún punto luchando en relación directa conmigo mismo y con mi mente y sus intentos de detenerme. Uno sigue y sigue y la mente no para. La mente solamente piensa, piensa y piensa  mientras el paisaje envuelve y maravilla.

Seguir pedaleando por conocer el Perú, el MachuPicchu, El Titicaca, lago navegable más alto del mundo, Bolivia, Ecuador e infinidad de pueblos al borde de la carretera, sus culturas y sus comidas típicas es lo que me hacía pensar, todos los días, antes de acostarme a dormir en… "esto es horrible, ¿por qué lo hice? Sabiendo que podía haber estado cómodo en un bus, en un alojamiento, en una cama, pasándola bien con otros viajeros. Llegaría rápido, no tendría que terminar abatido el día y tener que acampar, desempacar y volver a empacar a la mañana. Estar tan pero tan solo sin nadie a tu alrededor, sin compañía. No tendría nada que cocinar, ni tendría que lavar ollas. Además, me podría dar una ducha caliente y no ahogarme en los olores más profundos que percibo cuando entro en mi bolsa de dormir o sleeping, ni estar durmiendo en cualquier lugar. Y ¿si le pasa algo a mi familia o a mis amigos y no me entero? y ¿si esa persona que dejé en mi país se fija en otra persona porque yo estoy ausente por muchos días? Si tengo un accidente ¿a quién le aviso o quién se enterará? ¿Por qué tomé esa decisión? ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?

Preguntarme eso no me servía de nada, lo único que me consolaba era la respuesta que tenía cada noche: si muchos lo han hecho, ¿Por qué yo no puedo?, ¿por qué no puedo ser un colombiano más de esos que comparte el gusto de viajar en bicicleta y llegar lejos en ella, de convertirla en mi hogar y la parrilla portaequipaje en mi closet temporal?. ¿Por qué no puedo ser uno de esos valientes que viaja con tres camisas, un mapa obsoleto, una bici medio mala, un morral  y unas ganas inmensas de pedalear para buscar algún lugar en el mundo. ¿Cuál? No se, alguno de tantos.

A través de los desconsuelos y las adversidades, hoy me encuentro en Perú haciendo nada, sólo pensando y buscando la manera de recoger dinero para poder seguir hasta Brasil y luego a Uruguay, Chile y Argentina, dinero para seguir experimentando el más fuerte sentido de la libertad donde en los más profundos momentos de euforia y adrenalina puedo sentir que tengo alas, como si estuviera volando, siendo testigo de los paisajes más magníficos del planeta y de la gente más maravillosa que he encontrado al andar y con la total independencia de poder detenerme, dónde y cuándo quiera, y seguir el paso que mi corazón dicta.

Con estas mismas preguntas y estas mismas respuestas he permanecido durante cuatro meses, montado en mi bicicleta, tratando de llegar a la meta que me propuse desde el principio: La cuna del Capoeira. Pero, aún no termina mi aventura y aunque se que es difícil volver a la vida cotidiana estoy seguro que, cuando llegue a casa, añoraré desesperadamente, el volver a la soledad de algún paisaje perdido en el desierto o las montañas, poder volver a sentarme a tomar un té cuando recién termino de acampar en el medio de la nada y poder contemplar el atardecer en la más absoluta de las soledades siendo testigo de un paisaje magnífico, mi bicicleta, mi carpa y yo.

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