El Arbol de Navidad

16.04.2008 21:12

“ya viene diciembre y no tenemos árbol de navidad”… después de escuchar esto en aquel albergue, Paula Mejía, una estudiante de comunicación social que buscaba información acerca de las ONG de Medellín, se retiró, posó su cuerpo sobre un adoquín empolvado y lloró.  Era el 16 de noviembre del 2003. Aquel día su vida tomó un rumbo por que descubrió que en aquella casa que alberga adictos, o mejor, individuos sin palabra, vivía el joven que le había cambiado la vida y que soñaba con tener un árbol de navidad.

La comunidad terapéutica llamada “Creciendo” está en las empinadas lomas de Villa Sofía, en el barrio Robledo, al oeste de Medellín. La casa es simplemente una edificación dividida por 5 muros despintados; con tres habitaciones; 8 camas levantadas en cemento, sobre ellas un colchón delgado y unas cuantas sabanas desteñidas; una cocineta con ollas tiznadas y tres juegos de vajilla plástica; un baño que no cuenta con la cortina que divide el sanitario de la ducha; un televisor antiguo en la esquina de una de las habitaciones; un comedor  redondo, tubular y de seis puestos; un par de carteleras sujetadas con cinta transparente en los extremos; una oficina llena de carpetas, libros, papeles y un escritorio con un  par de rayones en su madera envejecida. Sus habitantes son hombres y mujeres desde los 12 hasta los 27 años de edad. 

Cuando Paula cruzó por primera vez la puerta de aquella vivienda, ojeó cada rincón, reparó cada objeto, contempló cada posición y se dió cuenta que aunque aquella casa no se parecía en nada a la suya vivían, tal vez, los inquilinos más felices; Pero esa satisfacción, no era suficiente como para recibir un vaso de agua o para sentarse a comer en la mesa con todos, ya que su pudor, su orgullo y sus escrúpulos  eran  mas fuertes que la lastima que sentía por aquellos individuos; sin embargo, sus buenos modales la obligaron a tomar asiento a las 12:30pm mientras servían el almuerzo en la única vajilla existente…la de plástico.  Aquel día Paula Mejía tuvo que hacer que las náuseas y la revoltura estomacal se controlaran para no hacer sentir mal a los que comían junto con ella.

La cortesía fue la culpable de que ella llevara una cucharada de aquella sopa de lentejas a la boca mientras observaba con pudor los platos rosados en los que el agua del caldo se deslizaba sobre la manteca, mientras miraba las cucharas opacas de su uso, los pocos tenedores con sus terminaciones arqueadas, los platos pandos con cientos de  rayones  y mientras se retorcía al percibir el olor interno de los vasos y saborear la peor bebida de su vida, el agua de panela.

Después de unas cuantas conversaciones y unas risas improvisadas Paula se despidió, salio del albergue y se dirigió hacia su verdadero hogar. Al llegar a casa se encerró en su cuarto, se acostó sobre su cama doble, miró el techo y volvió a llorar. Cuando pudo abrir de nuevo los ojos inspeccionó cada cosa de su habitación con la mirada.  Paula repasó aquellas paredes moradas que combinan con la pintura blanca del closet,  pensó en la cantidad de ropa que había detrás de

las puertas de aquel guardarropa,  luego miró aquella lámpara de Hello Kittie puesta en la mesa de noche junto al radio reloj, volteó la mirada hacia aquel televisor de 21 pulgadas y a control remoto que ocupaba parte de la pared del frente, siguió luego con el tocador y el espejo  que refleja la imagen del  cuerpo entero, percibió el aroma de las sabanas nuevas, sintió la blandura de su almohada y reparó ese violín colgado encima de la cabecera de su cama, empolvado y sin uso.

El 17 de noviembre del mismo año fue cuando Paula comprendió que había chocado con la realidad, que 20 años de tenerlo todo no fueron suficientes para rellenar esa vida vacía y superficial que llevaba y por eso sus impulsos hicieron que estirara la mano hasta el teléfono inalámbrico y pulsara las teclas de un número con destino a Estados Unidos
Es por esto que hoy el albergue “Creciendo” tiene un mejor árbol de navidad que el de la casa de Paula porque “el árbol que mandó mi tía de Estados Unidos  se lo regalé a aquel joven que soñaba con uno de ellos para que lo armara, lo adornara y le pidiera el deseo de regresar sano a casa”…

Catalina Zapata

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